Memorias de la memoria (En Europa y Japón)

Quizás no sea equivocado afirmar que mientras más intenso es el impacto que una cultura ejerce sobre nosotros, mayor es el interés que sentimos por indagar en su pasado y más profundamente tenemos que cavar en los estratos del tiempo para buscar la raíz de su poderosa influencia. He dicho intenso y no poderoso, porque muchas veces en la historia ha sucedido que la pujanza de comunidades y sociedades más “jóvenes” ha logrado descentrar a imperios con milenios de historia socio-cultural. Por otra parte, de la misma manera que “mover” no es lo mismo que “conmover”, una cosa es el impacto que primero nos derriba y después nos aplasta, y otra muy distinta el que penetra en lo más hondo de nosotros y de tal manera nos estremece que nos hace despertar a nuestra mayoridad como sujetos, la cual, en términos kantianos, no se define ni por la edad cronológica, ni por la biológica, sino por la capacidad que tenemos o no de servirnos de nuestro entendimiento sin la guía de los otros.


Y aunque no es menos cierto que esa comprensión de mayoría de edad fue formulada en los marcos de una Ilustración que, como hija legítima de su época, tendía a reducir la conciencia al conocimiento y la autoconciencia al autoconocimiento; si nos abstraemos provisionalmente de otros aspectos de la conciencia y la autoconciencia como pueden ser la capacidad valorativa, proyectiva o comunicativa (o respectivamente, de autovaloración, de autoproyección y de autocomunicación) y nos concentramos por lo pronto en su dimensión específicamente cognoscitiva sin sobreestimar su alcance y posibilidades, acaso sea permisible considerar que en el desenvolvimiento cultural de las naciones y los individuos, y en el despliegue de su capacidad de acción, influencia e impacto, un papel muy particular corresponde a la conformación de su propio conocimiento y pensamiento independiente, y en estrecha relación con ello, a la sistematización de su saber. 

Pero un papel no menos importante en ese proceso histórico es el que le corresponde al ejercicio e integración de su memoria tanto individual como colectiva. Y es que la especial preocupación por el mantenimiento y mejoramiento de la memoria parece acompañar desde los orígenes al proceso de conformación de la conciencia y la autoconciencia de pueblos y naciones, y su estudio quedaría siempre incompleto si no profundizara hasta el nivel de la conciencia y la autoconciencia individual de sus integrantes, porque en buena medida son ellos los portadores de su memoria viva, y en la suposición de que, desde tiempos inmemoriales, la memoria a largo plazo de los individuos ha funcionado precisamente como la memoria a corto plazo de los pueblos, acaso haya algo más que una mera analogía o un caprichoso juego de palabras.

Frances Yates
La obsesión por la memoria tiene en nuestras culturas una larga historia, desde Simónides hasta “Johnny Mnemonic”, y en 1966, la historiadora inglesa Frances Yates (1899-1981) publicaba un hermoso libro titulado The Art of Memory que compilaba con primor y sistémica meticulosidad las principales “memorias” de nuestra memoria.

En nuestros días la mnemotecnia es también, por muchas razones, una preocupación diaria para los japoneses, y en primer lugar, para los jóvenes estudiantes, quienes se enfrentan a difíciles exámenes que ponen a prueba su capacidad tanto de memorizar como de resistirse a la corriente que les amenaza con arrastrarlos primero al desempleo y, después, al olvido. En Youtube son numerosísimos los enlaces dedicados al ejercicio del kiokujutsu (記憶術), pero Japón cuenta de antaño con su propio arte de la memoria, cuya historia es también allí más vieja que el recuerdo.

Abramos, pues, su libro y hojeemos a nuestro antojo algunas de sus páginas.

El testimonio más antiguo referente a un japonés dotado de una gran memoria es acaso el que aparece en el prefacio del Kojiki (古事記), donde se menciona a un sirviente del emperador Tenmu (?-686) de unos 28 años y de nombre Hieda-no-Are (稗田阿礼), quien tenía la capacidad de retener con asombrosa precisión todo lo que veía o escuchaba. Al parecer, en el año 771 el emperador Guenmei (661-721) ordenó a Ō-no-Yasumaru (太安万呂) (?-723) que recogiera por escrito las leyendas y mitos antiguos recitados por Hieda, cuyo recuerdo quedó para siempre en el Kojiki, aunque según Yanaguita Kunio (柳田国男) (1875-1962), el singular detalle de que bajo el nombre de “Hieda el memorioso” se ocultaba no un hombre, sino una mujer, fue relegado al olvido… 

Todo parece indicar que una parte de las enseñanzas del célebre arte del ninjutsu (忍術), cuyo rastro más verosímil se pierde, por lo visto, en la doctrina marcial de Kusunoki Masashigue (楠木正成) (1294-1336), hacia los inicios de la época de Nanbokuchō (1336-1392), estaba dedicada precisamente al ejercicio de la memoria, y que uno de los recursos para la memorización de la información consistía en asociar su recuerdo al trazado y al dolor de heridas que el espía se hacía a sí mismo en sus propios brazos...

Ejemplo de goroawase
Una de las prácticas de memorización más antiguas es, por lo visto, la que se basa en las posibilidades que ofrecen las lenguas china y japonesa de jugar con el sonido de los caracteres, sustituyendo, según la necesidad, unos por otros, o confiriendo un sentido recordable a monótonas series numéricas que de otra manera se olvidarían sin remedio. El goroawase (語呂合わせ), como se denomina, no es por mucho tiempo un patrimonio exclusivo de las llamadas élites, sino que en una etapa relativamente temprana empieza a penetrar en la cultura popular japonesa, acaso en aquel convulso período cuando, con la devastación provocada por la guerra de Ōnin (1467-1477), la cultura artística y espiritual de Kioto emigró junto con sus portadores desde la capital hacia las regiones rurales. Hitogoroshi (人殺し) en lugar de 1564 (hitotsu-go-roku-shi), o uota (魚多) por water, son apenas dos sencillos ejemplos de este recurso de la memoria artificial, que desempeña desde antaño en Japón funciones no sólo mnemotécnicas, sino incluso mágicas...

Por otra parte, hay evidencias de que hacia las postrimerías de la propia época Muromachi (1336-1573), surgieron en Kioto canciones populares, conocidas como Tōrina-no-uta (通り名の歌), que servían para enseñar a los niños los nombres de las calles y callejuelas a las que salían a jugar a diario, con la intención de que recordaran el camino de regreso a casa y aprendieran desde la infancia a orientar con seguridad sus movimientos por las cuadrículas del singular tablero de go que, de norte a sur y de este a oeste, componía el trazado de sus vías urbanas. 

Ahora bien, el texto japonés más antiguo que se conoce, dedicado específicamente a explicar las técnicas esotéricas del arte de la memorización es, al parecer, un extraño libro publicado en la época Edo, en el octavo año de Meiwa (1771) con el título de Monooboe Hiden (『物覚え秘伝』), el cual supuestamente reunía las enseñanzas orales de un personaje de ignota identidad, quien se hacía llamar por el nombre aún poco transparente de Aomizu Sensei (青水先生), el maestro Aguaazul... Acaso valga la pena señalar que, como curioso contraste, al año siguiente, en 1772, Takebe Ayatari (建部綾足) (1719-1774) publicó otro libro, Kokon Monowasure (『古今物忘れ』), dedicado a un arte acaso no menos útil que el del recuerdo, aunque cada vez más olvidado: el del olvido.

Inoue Enryō
Sin embargo, las publicaciones sobre el antiguo arte de la memoria no alcanzan su apogeo sino hasta la época Meiji (1868-1912), por lo visto, en estrecha relación con la apertura de Japón al mundo y la voluntad consciente de sus élites gobernantes de dejar una memorable huella en la historia mundial. Fue precisamente en el año 27 de Meiji (1894) que un filósofo japonés llamado Inoue Enryō (1858-1919) (井上円了), estudioso de todo tipo de apariciones fantasmales y fenómenos misteriosos, entre ellos el llamado kokkuri o kokkuri-san, algo así como el equivalente japonés de la ouija o güija, publicó bajo el título de Kiokujutsu Kōgui (『記憶術』) sus conferencias sobre el arte de la memoria, en las cuales, por cierto, hacía mención explícita del libro de Aomizu. En fecha muy reciente, el canal de la NHK dedicaba en Japón una serie televisiva a su recuerdo, sobre lo cual el lector podrá encontrar con sólo desearlo información muy fresca en Internet...

La serie de NHK
Cuando un conocimiento se enlaza con otros y queda localizado como uno de los nudos de una vasta red de organización dinámica, adquiere una dimensión informática. Cuando los modos de almacenamiento, búsqueda y procesamiento de la información alcanzan su unidad integral sobre el soporte de un circuito de neuronas, cerebros u ordenadores, configuran el ámbito de existencia y funcionamiento del intelecto humano y artificial. Cuando el trabajo de la conciencia se integra y coordina con el del inconsciente en una suerte de superestructura que algunos denominan supraconciencia, alumbra en la llama del genio creativo. Es difícil sobrevalorar la importancia que tienen sea guardado en algún soporte de memoria, pero sobre todo, es no importante, sino fundamental que después pueda ser rescatado del nicho en que duerme, en otras palabras, recordado. Al estar localizable y disponible en una red, el conocimiento incrementa considerablemente su poder, digámoslo así, de recordabilidad. De modo que Internet prácticamente ha borrado las diferencias entre las nociones tradicionales de memoria activa y pasiva. Sin su existencia, nombres como Inoue Enryō, Takebe Ayabe, Aomizu Sensei o Hieda-no-Are habrían podido quedar a merced de que la buena memoria de un erudito, la casualidad o la suerte, los rescataran algún día de su lugar en una línea de texto, perdida en la página de un cierto libro, ubicado en el estante de sólo Dios sabe qué rincón de biblioteca o archivo. 

No en el presente: hoy; qué digo “hoy”: ahora mismo son perfectamente recordables y, gracias a ello, siguen vivos no sólo para los japoneses, sino también para europeos y españoles. No importa ya que lejos se encuentren de nosotros en el espacio y en el tiempo una palabra, un nombre, un hecho. Tampoco importa ya tanto cuál haya sido la resonancia real que alcanzaron o no en su momento. El mero hecho de su existencia virtual en la red de redes les abre el acceso a lo que en la actualidad constituye la primera fase de todo impacto socio-cultural: el impacto informático.

Gustavo Pita Céspedes

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1 comentari:

  1. como se llama el segundo texto mas antiguo de Japón??? Gracias!!!

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